38. Es cierto
que Job puede quejarse ante Dios por el sufrimiento incomprensible y
aparentemente injustificable que hay en el mundo. Por eso, en su dolor, dice: «
¡Quién me diera saber encontrarle, poder llegar a su morada!... Sabría las
palabras de su réplica, comprendería lo que me dijera. ¿Precisaría gran fuerza
para disputar conmigo?... Por eso estoy, ante él, horrorizado, y cuanto más lo
pienso, más me espanta. Dios me ha enervado el corazón, el Omnipotente me ha
aterrorizado » (23, 3.5-6.15-16). A menudo no se nos da a conocer el motivo por
el que Dios frena su brazo en vez de intervenir. Por otra parte, Él tampoco nos
impide gritar como Jesús en la cruz: « Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado? » (Mt 27, 46). Deberíamos permanecer con esta pregunta ante
su rostro, en diálogo orante: « ¿Hasta cuándo, Señor, vas a estar sin hacer
justicia, tú que eres santo y veraz? » (cf. Ap 6, 10). San Agustín da a
este sufrimiento nuestro la respuesta de la fe: « Si comprehendis, non est
Deus », si lo comprendes, entonces no es Dios. Nuestra protesta no quiere
desafiar a Dios, ni insinuar en Él algún error, debilidad o indiferencia. Para
el creyente no es posible pensar que Él sea impotente, o bien que « tal vez
esté dormido » (1 R 18, 27). Es cierto, más bien, que incluso nuestro
grito es, como en la boca de Jesús en la cruz, el modo extremo y más profundo
de afirmar nuestra fe en su poder soberano. En efecto, los cristianos siguen
creyendo, a pesar de todas las incomprensiones y confusiones del mundo que les
rodea, en la « bondad de Dios y su amor al hombre » (Tt 3, 4). Aunque
estén inmersos como los demás hombres en las dramáticas y complejas vicisitudes
de la historia, permanecen firmes en la certeza de que Dios es Padre y nos ama,
aunque su silencio siga siendo incomprensible para nosotros.
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