35. Éste es un
modo de servir que hace humilde al que sirve. No adopta una posición de
superioridad ante el otro, por miserable que sea momentáneamente su situación.
Cristo ocupó el último puesto en el mundo —la cruz—, y precisamente con esta
humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente. Quien es capaz de
ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado; el poder
ayudar no es mérito suyo ni motivo de orgullo. Esto es gracia. Cuanto más se
esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá y hará suya la palabra de Cristo:
« Somos unos pobres siervos » (Lc 17,10). En efecto, reconoce que no
actúa fundándose en una superioridad o mayor capacidad personal, sino porque el
Señor le concede este don. A veces, el exceso de necesidades y lo limitado de
sus propias actuaciones le harán sentir la tentación del desaliento. Pero,
precisamente entonces, le aliviará saber que, en definitiva, él no es más que
un instrumento en manos del Señor; se liberará así de la presunción de tener
que mejorar el mundo —algo siempre necesario— en primera persona y por sí solo.
Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al
Señor. Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos
nuestro servicio sólo en lo que podemos y hasta que Él nos dé fuerzas. Sin
embargo, hacer todo lo que está en nuestras manos con las capacidades que
tenemos, es la tarea que mantiene siempre activo al siervo bueno de Jesucristo:
« Nos apremia el amor de Cristo » (2 Co 5, 14).
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