El perfil
específico de la actividad caritativa de la Iglesia
31. En el fondo,
el aumento de organizaciones diversificadas que trabajan en favor del hombre en
sus diversas necesidades, se explica por el hecho de que el imperativo del amor
al prójimo ha sido grabado por el Creador en la naturaleza misma del hombre.
Pero es también un efecto de la presencia del cristianismo en el mundo, que
reaviva continuamente y hace eficaz este imperativo, a menudo tan empañado a lo
largo de la historia. La mencionada reforma del paganismo intentada por el
emperador Juliano el Apóstata, es sólo un testimonio inicial de dicha eficacia.
En este sentido, la fuerza del cristianismo se extiende mucho más allá de las
fronteras de la fe cristiana. Por tanto, es muy importante que la actividad
caritativa de la Iglesia mantenga todo su esplendor y no se diluya en una
organización asistencial genérica, convirtiéndose simplemente en una de sus
variantes. Pero, ¿cuáles son los elementos que constituyen la esencia de la
caridad cristiana y eclesial?
31.a)
Según el modelo expuesto en la parábola del buen Samaritano, la caridad
cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en
una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos
vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros
visitados, etc. Las organizaciones caritativas de la Iglesia, comenzando por
Cáritas (diocesana, nacional, internacional), han de hacer lo posible para
poner a disposición los medios necesarios y, sobre todo, los hombres y mujeres
que desempeñan estos cometidos. Por lo que se refiere al servicio que se ofrece
a los que sufren, es preciso que sean competentes profesionalmente: quienes
prestan ayuda han de ser formados de manera que sepan hacer lo más apropiado y
de la manera más adecuada, asumiendo el compromiso de que se continúe después
las atenciones necesarias. Un primer requisito fundamental es la competencia
profesional, pero por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, y
los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención sólo técnicamente
correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial. Cuantos trabajan en
las instituciones caritativas de la Iglesia deben distinguirse por no limitarse
a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento, sino por su
dedicación al otro con una atención que sale del corazón, para que el otro
experimente su riqueza de humanidad. Por eso, dichos agentes, además de la preparación
profesional, necesitan también y sobre todo una « formación del corazón »: se
les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el
amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya
no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia
que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad (cf. Ga 5, 6).
31.b) La
actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e
ideologías. No es un medio para transformar el mundo de manera ideológica y no
está al servicio de estrategias mundanas, sino que es la actualización aquí y
ahora del amor que el hombre siempre necesita. Los tiempos modernos, sobre todo
desde el siglo XIX, están dominados por una filosofía del progreso con diversas
variantes, cuya forma más radical es el marxismo. Una parte de la estrategia
marxista es la teoría del empobrecimiento: quien en una situación de poder
injusto ayuda al hombre con iniciativas de caridad —afirma— se pone de hecho al
servicio de ese sistema injusto, haciéndolo aparecer soportable, al menos hasta
cierto punto. Se frena así el potencial revolucionario y, por tanto, se
paraliza la insurrección hacia un mundo mejor. De aquí el rechazo y el ataque a
la caridad como un sistema conservador del statu quo. En realidad, ésta
es una filosofía inhumana. El hombre que vive en el presente es sacrificado al Moloc
del futuro, un futuro cuya efectiva realización resulta por lo menos dudosa. La
verdad es que no se puede promover la humanización del mundo renunciando, por
el momento, a comportarse de manera humana. A un mundo mejor se contribuye
solamente haciendo el bien ahora y en primera persona, con pasión y donde sea
posible, independientemente de estrategias y programas de partido. El programa
del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es un «
corazón que ve ». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en
consecuencia. Obviamente, cuando la actividad caritativa es asumida por la
Iglesia como iniciativa comunitaria, a la espontaneidad del individuo debe
añadirse también la programación, la previsión, la colaboración con otras
instituciones similares.
31.c)
Además, la caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera
proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos.
Pero esto no significa que la acción caritativa deba, por decirlo así, dejar de
lado a Dios y a Cristo. Siempre está en juego todo el hombre. Con frecuencia,
la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios. Quien
ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratará de imponer a los demás
la fe de la Iglesia. Es consciente de que el amor, en su pureza y gratuidad, es
el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. El
cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar
sobre Él, dejando que hable sólo el amor. Sabe que Dios es amor (1 Jn 4,
8) y que se hace presente justo en los momentos en que no se hace más que amar.
Y, sabe —volviendo a las preguntas de antes— que el desprecio del amor es
vilipendio de Dios y del hombre, es el intento de prescindir de Dios. En
consecuencia, la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el
amor. Las organizaciones caritativas de la Iglesia tienen el cometido de
reforzar esta conciencia en sus propios miembros, de modo que a través de su
actuación —así como por su hablar, su silencio, su ejemplo— sean testigos
creíbles de Cristo.
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