33. Por lo que
se refiere a los colaboradores que desempeñan en la práctica el servicio de la
caridad en la Iglesia, ya se ha dicho lo esencial: no han de inspirarse en los
esquemas que pretenden mejorar el mundo siguiendo una ideología, sino dejarse
guiar por la fe que actúa por el amor (cf. Ga 5, 6). Han de ser, pues,
personas movidas ante todo por el amor de Cristo, personas cuyo corazón ha sido
conquistado por Cristo con su amor, despertando en ellos el amor al prójimo. El
criterio inspirador de su actuación debería ser lo que se dice en la Segunda
carta a los Corintios: « Nos apremia el amor de Cristo » (5, 14). La conciencia
de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene
que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para
los demás. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta sea cada vez
más expresión e instrumento del amor que proviene de Él. El colaborador de toda
organización caritativa católica quiere trabajar con la Iglesia y, por tanto,
con el Obispo, con el fin de que el amor de Dios se difunda en el mundo. Por su
participación en el servicio de amor de la Iglesia, desea ser testigo de Dios y
de Cristo y, precisamente por eso, hacer el bien a los hombres gratuitamente.
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