Las múltiples
estructuras de servicio caritativo en el contexto social actual
30. Antes de
intentar definir el perfil específico de la actividad eclesial al servicio del
hombre, quisiera considerar ahora la situación general del compromiso por la
justicia y el amor en el mundo actual.
30.a)1.
Los medios de comunicación de masas han como empequeñecido hoy nuestro planeta,
acercando rápidamente a hombres y culturas muy diferentes. Si bien este «estar
juntos» suscita a veces incomprensiones y tensiones, el hecho de que ahora se
conozcan de manera mucho más inmediata las necesidades de los hombres es
también una llamada sobre todo a compartir situaciones y dificultades. Vemos
cada día lo mucho que se sufre en el mundo a causa de tantas formas de miseria
material o espiritual, no obstante los grandes progresos en el campo de la
ciencia y de la técnica. Así pues, el momento actual requiere una nueva
disponibilidad para socorrer al prójimo necesitado. El Concilio Vaticano II lo
ha subrayado con palabras muy claras: «Al ser más rápidos los medios de
comunicación, se ha acortado en cierto modo la distancia entre los hombres y
todos los habitantes del mundo [...]. La acción caritativa puede y debe abarcar
hoy a todos los hombres y todas sus necesidades».
30.a)2. Por otra parte —y éste es un
aspecto provocativo y a la vez estimulante del proceso de globalización—, ahora
se puede contar con innumerables medios para prestar ayuda humanitaria a los
hermanos y hermanas necesitados, como son los modernos sistemas para la
distribución de comida y ropa, así como también para ofrecer alojamiento y
acogida. La solicitud por el prójimo, pues, superando los confines de las
comunidades nacionales, tiende a extender su horizonte al mundo entero. El
Concilio Vaticano II ha hecho notar oportunamente que «entre los signos de
nuestro tiempo es digno de mención especial el creciente e inexcusable sentido
de solidaridad entre todos los pueblos». Los organismos del Estado y las
asociaciones humanitarias favorecen iniciativas orientadas a este fin,
generalmente mediante subsidios o desgravaciones fiscales en un caso, o
poniendo a disposición considerables recursos, en otro. De este modo, la
solidaridad expresada por la sociedad civil supera de manera notable a la
realizada por las personas individualmente.
30.b)1.
En esta situación han surgido numerosas formas nuevas de colaboración entre
entidades estatales y eclesiales, que se han demostrado fructíferas. Las entidades
eclesiales, con la transparencia en su gestión y la fidelidad al deber de
testimoniar el amor, podrán animar cristianamente también a las instituciones
civiles, favoreciendo una coordinación mutua que seguramente ayudará a la
eficacia del servicio caritativo. También se han formado en este contexto
múltiples organizaciones con objetivos caritativos o filantrópicos, que se
esfuerzan por lograr soluciones satisfactorias desde el punto de vista
humanitario a los problemas sociales y políticos existentes. Un fenómeno
importante de nuestro tiempo es el nacimiento y difusión de muchas formas de
voluntariado que se hacen cargo de múltiples servicios. A este propósito,
quisiera dirigir una palabra especial de aprecio y gratitud a todos los que
participan de diversos modos en estas actividades. Esta labor tan difundida es
una escuela de vida para los jóvenes, que educa a la solidaridad y a estar
disponibles para dar no sólo algo, sino a sí mismos. De este modo, frente a la
anticultura de la muerte, que se manifiesta por ejemplo en la droga, se
contrapone el amor, que no se busca a sí mismo, sino que, precisamente en la
disponibilidad a « perderse a sí mismo » (cf. Lc 17, 33 y par.) en favor
del otro, se manifiesta como cultura de la vida.
30.b)2. También en la Iglesia católica y
en otras Iglesias y Comunidades eclesiales han aparecido nuevas formas de
actividad caritativa y otras antiguas han resurgido con renovado impulso. Son
formas en las que frecuentemente se logra establecer un acertado nexo entre
evangelización y obras de caridad. Deseo corroborar aquí expresamente lo que mi
gran predecesor Juan Pablo II dijo en su Encíclica Sollicitudo rei socialis,
cuando declaró la disponibilidad de la Iglesia católica a colaborar con las
organizaciones caritativas de estas Iglesias y Comunidades, puesto que todos
nos movemos por la misma motivación fundamental y tenemos los ojos puestos en
el mismo objetivo: un verdadero humanismo, que reconoce en el hombre la imagen
de Dios y quiere ayudarlo a realizar una vida conforme a esta dignidad. La
Encíclica Ut
unum sint destacó después, una vez más, que para un mejor desarrollo
del mundo es necesaria la voz común de los cristianos, su compromiso « para que
triunfe el respeto de los derechos y de las necesidades de todos, especialmente
de los pobres, los marginados y los indefensos ». Quisiera expresar mi alegría
por el hecho de que este deseo haya encontrado amplio eco en numerosas
iniciativas en todo el mundo.
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