34. La apertura
interior a la dimensión católica de la Iglesia ha de predisponer al colaborador
a sintonizar con las otras organizaciones en el servicio a las diversas formas
de necesidad; pero esto debe hacerse respetando la fisonomía específica del
servicio que Cristo pidió a sus discípulos. En su himno a la caridad (cf. 1
Co 13), san Pablo nos enseña que ésta es siempre algo más que una simple
actividad: « Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar
vivo; si no tengo amor, de nada me sirve » (v. 3). Este himno debe ser la
Carta Magna de todo el servicio eclesial; en él se resumen todas las
reflexiones que he expuesto sobre el amor a lo largo de esta Carta encíclica.
La actuación práctica resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el
amor por el hombre, un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo. La
íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se
convierte así en un darme a mí mismo: para que el don no humille al otro, no
solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como
persona.
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