sábado, 31 de mayo de 2014

EL ENSUEÑO DEL PECADO ORIGINAL


EL ENSUEÑO DEL PECADO ORIGINAL

            A veces da la sensación de subsistir aún ampliamente, la instrucción que se nos dio a los más, sobre la transmisión universal del pecado original. Esa, que es usada como razonamiento de llegada, cuando sólo lo es de salida. Quiero decir que ella no prueba la existencia del pecado; sino que trata de explicar su transmisión, “tras haber supuesto que él se dio”.
            “Supuesto”, porque carece por completo de base. Lo desvelan los hallazgos de los científicos, de los arqueólogos de las culturas y de los especialistas bíblicos, incluso católicos. Los primeros ponen al descubierto la imposibilidad de que las cosas sucedieran tal cual literalmente las narra la Biblia. Los demás destapan el trasfondo legendario de los relatos del Génesis. Unos y otros fuerzan a tenerlos a éstos por narraciones alegóricas. En particular a los de sus once capítulos primeros.
            Serán pocos ―si es que aún queda alguno― los que todavía cometan la irracionabilidad de juzgar válidas las inferencias probadas de la ciencia, sólo cuando no afectan a la Biblia. Lo probado válido en sí, lo es para todo. Incluso para lo que se supone ser palabra de Dios. El ser real de las cosas, su realidad natural, es obvio que no puede estar en contradicción con ella. Salvo que las cosas no fueran tan de Dios, como su palabra.
            Es igual de irracional calificar de mitos, sólo cuando no tocan a la Biblia, las narraciones que relatan, sin garantía de prueba, episodios o experiencias insólitas, fantásticas, intimistas. ¿Se reconocerá algún día abiertamente que eso es lo que sucede con los primeros relatos del Génesis?
            A favor de su historicidad no hay más pruebas, si así se las puede llamar, que leyendas míticas prebíblicas, cuya antigüedad supera a la de la Biblia, como mínimo, en más de un milenio la más próxima. Su contenido, y hasta detalles, están recogidos en dichos relatos con palpable coincidencia. Tanto que se enhebran como hilos de su propio tejido.
            No me detendré a pormenorizarlo, por lo fácil que es hoy enterarse y cerciorarse de las cosas a través de internet. Muchas veces, por cierto, antes y más expeditivamente que por los documentos oficiales. Que la dinámica de ralentización parece haber sustituido a la ocultación de lo “discordante”, que de hecho tenía el “Índice de Libros Prohibidos”.
            La ralentización, dicho sea de paso, evita rectificaciones que, a bote pronto, resultarían estridentes hasta el riesgo de “cismas”. También da tiempo a encontrar la forma de presentar lo inicialmente rechazado, sin reconocer expresamente el error de haberlo rechazado; sino como benévola concesión “dadas las circunstancias” y “los signos de los tiempos”… Por ejemplo, la cremación de cadáveres, que fue merecedora por siglos de gravísimas sanciones, recogidas en los cc. 1203,2 y 1240,1.5° del antiguo ClC, en línea con «una larga tradición».
            Seguiré pues adelante, aunque en estas materias rechacen recurrir a internet, los afectados por el complejo de “gorrión poyuelo”, tan ampliamente padecido al parecer.
            Llamo tal al de creerse incapaz de volar por sí mismo y así buscarse el alimento solo, de suerte que uno se siente atenazado a quedarse “al abrigo del nido”, a esperar que sus “papás gorriones” se lo traigan “reblandecido” en sus buches, para regurgitárselo con fruición en el “pico”. A éstos los dejo de lado, aun a riesgo de recibir de alguno de ellos reprimenda, puede que hasta abroncada. O incluso insultante y procaz. Pues no falta entre ellos quien calumnie a “sus papás”, piando sin parar desde su nido “oculto”, que tiene acíbar y excremento el alimento que ellos les regurgitan en su “pico”.
            Tras esta digresión vuelvo al guión de esta nota.
            Aunque desde el principio se nos haya “adoctrinado” todo lo contrario, sin que hasta fecha reciente se nos hablara ni de fisuras; aunque ello se nos haya entregado por siglos, como dato incluido en la “Tradición”, y ésta haya sido indiscriminadamente definida fuente de la Revelación; aunque también lo haya sostenido el “magisterio institucional” y éste haya sido dogmáticamente afirmado infalible, no se puede sin embargo aceptar en modo alguno, ni siquiera en parte, la historicidad de la faz narrativa de dichos relatos.
            Lo impiden, como digo, sus crasas falsedades e inexactitudes varias, y su antiquísimo substrato literario, cuyas fantasías puede que a alguno hasta le recuerden las de “Las Mil y Una Noches”. Entiendo del todo imposible afirmar palabra de Dios lo evidenciado falso, y lo que se demuestra ser conglomerado casi, de reconocidos mitos antiquísimos, muy anteriores a la Biblia.
            Para aceptar esos relatos como expresión del mensaje salvador de Dios, según pide fundada y razonablemente nuestra fe, no hay otra posibilidad que la de tenerlos, en la integridad individual de cada uno, por alegorías catequéticas. Sólo es posible en razón de su contenido intencional. Éste habrá de ser escarbado y expuesto siempre con leal honestidad, aunque a veces pudiera faltar el tino. Sin afirmar historia lo que es mito. Sin pretender la amalgama de ambos espacios.
            La verdad de esos relatos queda entonces ceñida al mensaje que quieren divulgar. Parecido a lo que sucede con las parábolas. Sólo que de la casi totalidad de éstas consta expresamente tener sentido figurado y, de las más, cuál sea éste. Aquí, sin embargo, es necesario escrutarlo siempre.
            Los errores científicos que contienen, sus detalles pintorescos y el origen pagano y mitológico de su tejido literario, no pasan de simple vestimenta o adorno del mensaje divino. En cuanto incardinado en la mentalidad primitiva de su autor o autores materiales, y en sus técnicas de expresión literaria. Semejante a lo observable en la mayoría de las representaciones pictóricas de sucesos, personajes o misterios de fe. Es habitual que se expresen con pinceladas ajenas a ellos mismos o a su marco histórico. Son huella de la cultura en que se plasmaron. O de la inventiva peculiar de cada pintor, también condicionado por su época.
            Siendo así las cosas, la lógica más elemental obliga a tener a Adán y a Eva por personajes de una mera ficción literaria, como lo es toda alegoría. ¡Imposible entonces que sus actos repercutan y tengan efectos reales en las personas vivas! La alegoría, aunque sea vehículo de una enseñanza religiosa o de una verdad de fe, y aunque recoja parabólicamente la realidad, no es la realidad misma; ni influye mágicamente en ella; sino que sólo la retrata simbólicamente.
                 La condición alegórica del Adán bíblico es por ello, el motivo más radical para afirmar que todos somos concebidos en apertura inicial a la Vida y a la confiada amistad con Dios. De lo contrario, él no sería alegoría acertada ni símbolo veraz del hombre. Si éste naciera ya de entrada en estado de enemistad con Dios por exigencia hereditaria, o cualquier otro motivo, ni se podría entender cómo un acto alegórico puede tener secuelas en la realidad, ni sucedería en nosotros como la alegoría dice que sucedió en él.
            Ella lo presenta poseedor de la apertura a la amistad con el Creador, desde el instante inicial de su modelación, hasta el momento en que él mismo pecó. Es el significado metafórico de la escena del Creador yendo, a la hora de la brisa, a pasear por el jardín que le había dado por morada al hombre; sin que éste se viera «desnudo» ante Él hasta después de violar el precepto divino. Ni tampoco tratara de esconderse entre los árboles al oír sus pasos, por miedo a encontrarse así con Él”.
Dicha apertura, por tanto, ha de recibirla todo hombre al ser concebido, igual que recibe la condición humana y todo lo que ésta conlleva. Sin que por ello pierda su carácter de don gratuito del amor de Dios, como no lo pierde el propio existir.
            Éste, como es sabido, todos lo recibimos gratuitamente de Dios, aunque medien la procreación parental y un proceso evolutivo previo de millones de años. Todo hombre es creado por especial acción divina. La alegóricamente significada al afirmar a Adán, no sólo obra de la voluntad y palabra del Creador, como el resto de los seres; sino, además, de una intervención suya particularmente diseñada, deliberada y directa.
            Es lo expresado simbólicamente con el contexto propio y único en que se presenta la creación del hombre: lo de «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra»; lo de “moldearle directamente Él mismo del barro”; y lo de ser Él quien “insufla aliento de vida sólo al hombre”.
            Dado todo lo anterior, tendría que relegarse también al museo de la teología, la necesidad de bautizar a los niños que aún no han alcanzado el uso de la libertad necesaria para poder decantarse ellos mismos, de forma responsable, a favor del pecado o de su Padre del cielo. Éstos niños permanecen de seguro, hasta que ellos mismos pequen, en el estado inicial de amistad con el Creador, en que el hombre fue y es hecho.
            Los padres podrían sublimar el gozo profundo del nacimiento de un hijo, con la persuasión de tener en sus brazos una imagen viva y limpia del Creador. Imagen recién moldeada, y horneada al calor del inmenso cariño de Dios. Y del suyo propio, reflejo lejanísimo del divino.
            Podrían celebrarlo con la comunidad, con sus parientes y amigos creyentes, y… ―lo diré evocando la práctica de alguna zona de los Andes― “tomar gracia de él”, ¡de ése su hijito! Puede que fuera un gesto más fértil que santiguarse después de tocar las imágenes materiales de los santos, como hacen ellos; o después de tomar agua bendita, como en general solíamos hacer nosotros.
            Desde éste ángulo, por cierto, resuena con eco más dilatado el aviso de Jesús: “Fuerza es que vengan escándalos. Pero, ¡ay de aquél que indujere a pecado a uno de estos pequeñuelos que creen en mí! «Andaos vosotros con cuidado»”. (Mt 18,6 y Lc 17,1-2). Esos “vosotros”, no sobrará recalcarlo, eran sus propios discípulos. (José María Rivas Conde) 

viernes, 30 de mayo de 2014

EL PECADO ORIGINAL



EL PECADO ORIGINAL
En 1853, ciertos teólogos anglicanos protestaban porque a la reina de Inglaterra se le aplicase cloroformo para aliviar los dolores del parto, pues implicaba una flagrante vulneración de la disposición/castigo divino: parirás los hijos con dolor (Gn 3,16). A principios del siglo XIX se iba haciendo común la vacuna contra la viruela, con indudable eficacia. El papa León XII se creyó en la obligación apremiante de hacer esta solemnísima advertencia pastoral: "Quien acude a esta vacuna deja de ser hijo de Dios... la viruela es un juicio de Dios... la vacunación es un desafío dirigido al cielo". Algunos pastores anglicanos decían que el cloroformo aplicado como remedio terapéutico a los varones sí era lícito, pues Dios lo había aplicado al primer varón para sacarle la acostilla de la que formó a Eva. Pero no era lícito aplicarlo a las mujeres en el caso del parto.

«El Catolicismo ve la desigualdad de clases, deplora las aflicciones de la pobreza; pero para repararlo no lo atribuye a la imperfección o mala organización de la sociedad, sino a la imperfección de los hombres que componen la sociedad. El catolicismo enseña que el hombre fue creado por Dios en estado dichoso, del cual cayó por una primera desobediencia (el pecado original). Desde entonces, lo que hubiera sido para todos un paraíso terrestre ha venido a convertirse en un valle de lágrimas; los que hubiéramos debido ser, sin trabajo alguno, señores de todo, somos ahora esclavos de mil necesidades y hemos de redimirnos en lo posible de la esclavitud con nuestros esfuerzos, con nuestros sudores. Desde entonces la tierra no nos brinda espontáneamente sus frutos, sino que hemos de arrancárselos a viva fuerza con nuestro ingenio o nuestro trabajo. Y el ingenio y el trabajo no pueden ser iguales entre los hombres... Frente a las sangrantes desigualdades entre ricos y pobres, el catolicismo recuerda que sólo Dios es dueño de todo; recuerda la fugacidad de esta vida y la felicidad eterna, "predica al rico mucha moderación y mucha caridad y al pobre mucha resignación y mucha paciencia"».

EL siglo XIX: tradicionalismo, conservadurismo, integrismo, fundamentalismo religioso, teológico, filosófico, político y cultural en general. Todos estos fenómenos circulaban inseparables en aquella época, y configuran la mentalidad de grupos influyentes dentro del catolicismo del siglo XIX. Sin dar nombres citaremos algunas de sus descabelladas ideas:
La guerra es divina: La razón superficial y el sentido común ven en la guerra una insensatez total, y con razón. Sin embargo, hay en ella algo indescriptible, imponderable, misteriosos motivos por los que la guerra merece el calificativo de divina. "La guerra es, pues, casi divina en sí misma, puesto que es una ley del mundo". Nada hay en este mundo que dependa más inmediatamente de Dios que la guerra... A Él pertenece llamarse "Dios de la guerra". No sin gran razón brilla el título de "Dios de los ejércitos" en todas las páginas de la Escritura. Jamás el cristianismo, si lo miráis de cerca,  os parecerá más sublime, más digno de Dios, y más propio para el hombre que en la guerra. Todas las naciones del universo han visto en la guerra alguna cosa más particularmente divina que en las otras. Es un instrumento divino para castigar a la humanidad llena de crímenes derivados del PO.
El verdugo, ministro de la justicia de Dios: Ejecutor misterioso, sublime, de la justicia divina en el "hombre caído". Él es objeto de un decreto particular, "el Fiat (hágase) del poder creador". Toda esta glorificación la merece el verdugo por ser instrumento de Dios para castigar a los hombres corrompidos por el PO.
Los sacrificios sangrientos: La historia nos muestra al hombre persuadido en todos los tiempos de esta verdad espantosa: que vivía bajo la mano de un poder irritado, que no podía ser apaciguado más que por sacrificios. La idea del pecado y del sacrificio por el pecado estaban unidas en entendimiento de la antigüedad y en la lengua sagrada. Y, puesto que el pecado está en la carne y en la sangre, desde allí ha de surgir la inevitable satisfacción. No se engañaba el paganismo cuando hablaba de la redención por la sangre. El misterio se descifra en el cristianismo cuando habla de la redención obrada por la sangre de Cristo en la cruz. La sangre teándrica penetra las almas culpables para borrarles las culpas.
La ley de la reversibilidad/solidaridad: El bien y el mal que cada uno hacemos revierte sobre toda la raza humana a la que pertenecemos.
Mito y teología de la pena: La pena sigue inseparable a la culpa. Todo  dolor es algún suplicio impuesto por algún crimen, actual u original. No hay distinción entre "inocentes" y "malvados". El niño padece del mismo modo que muere, porque es de una masa o materia que debe padecer y morir, por haberse degradado en su principio. Todo crimen está pidiendo, suplicando castigo.
El Papa: recibe de Dios todos los poderes y es "el Demiurgo de la civilización"
El Rey absoluto: mediante el Pontífice Romano recibe de Dios su autoridad y poder excelso de castigar. 

GLORIFICACIÓN DEL PECADO ORIGINAL EN EL CRISTIANISMO OCCIDENTAL
Pascal.- Ninguna religión, excepto la nuestra, ha enseñado que el hombre nace en pecado; ninguna secta de filósofos lo ha dicho; ninguna, por lo tanto, ha dicho la verdad.
La repulsa del islamismo a la doctrina cristiana del PO es firme, tajante, enfática, y lleva ventaja (en esto) sobre el cristianismo, obsesionado por el PO y por el tropel de pecados que le acompaña, como al viajero su sombra. Según el islam "todo hijo de hombre nace puro".
Julián de Eclana, con notable realismo y sensatez, advertía que, según la Escritura, el pecado de Caín, de Sodoma y Gomorra, el de los idólatras israelitas son (para la Biblia) mucho mayor pecado que el de Adán. Y añadía, non notable mordacidad: "más grave que el pecado de Adán es el pecado de Agustín al defender la doctrina del PO".
Himno de la Vigilia Pascual occidental "Exultet": "¡feliz culpa, que mereció tal Redentor!".

Isaac de Nínive (ca. 640-700). Considerando al economía de los misterios y de la cruz en que murió el Hijo de Dios dice: "No debemos pensar que hubo otro motivo sino el dar conocimiento al mundo del amor que le tiene, a fin de que el mundo sea cautivado por su amor, y se manifestase así, por la muerte del Hijo de Dios, la máxima fuerza del reino, que es el amor. En modo alguno ocurrió la muerte de nuestro Dios para redimirnos de nuestros pecados, ni por otro motivo, sino tan sólo para que el mundo experimentase el amor que Dios tiene a la creación. La remisión de los pecados podría haberla hecho de otros modos. Pero se sometió a la cruz, aunque no era necesario, lo cual se comprende cuando oímos de su boca, "tanto amó Dios al mundo que le dio a su Unigénito Hijo"... Y, ¿no nos avergüenza el despojar de esta idea al misterio de la economía del Señor, y a la muerte de Cristo y a su venida al mundo le atribuyamos la razón de ser para la redención de nuestros pecados? En ese caso, si no fuésemos pecadores, no habría venido el Señor, ni hubiese muerto el Señor... Decir que el Verbo de Dios asumió nuestro cuerpo por los pecados del mundo, es ver tan sólo lo exterior de la Escritura. Con ello se privaría a los hombres y a los ángeles de grandes bienes. Y ¿por qué vituperar el pecado que nos trajo tantos bienes?... Cuales son la pasión y muerte del Señor para librarnos de la condenación... Todas estas maravillas habría que atribuirlas al pecado, pues, de no estar sujetos a su esclavitud, careceríamos de todas ellas... No es así. Lejos de nosotros el contemplar la economía del Señor y los misterios tan eficaces para darnos confianza, como si fuésemos niños. Sería quedarse en la superficie de las Escrituras que de ellos nos hablan"
(Los que ponen al PO como motivo primordial de la venida del Hijo de Dios son calificados por Isaac de Nínive de lectores "superficiales, infantiles" de la Escritura).

La apologética de la negatividad y el PO
Es conocida la denuncia de D. Bonhoeffer hace de tantos apologistas, defensores y predicadores del Evangelio, que quieren convencer al hombre moderno de la necesidad que tiene de Dios, de la gracia desde la negatividad, sacando a relucir lo más innoble y bajo que hay en el hombre. Es decir, desde el hecho de que el hombre es un ser caído, degenerado por el PO, incapaz de gobernarse a sí mismo, de crear valores culturales sanos, de promover el progreso de la humanidad sin la ayuda gratuita y sobreveniente de Dios, administrada por medio del cristianismo, de la Iglesia, del Papado.
J.V. Bonet habla de la "Teología del gusano", que consiste en querer convencer al oyente del Mensaje de que es un ser enfermo radical, tarado, que dispone únicamente de una naturaleza viciada, corrompida, agusanada, carente de medios para desarrollar sus propias potencialidades. Por eso necesita de Cristo y su gracia. Aquí tiene una importancia primera la tesis del PO. Esta tesis justifica la afirmación de que la naturaleza está viciada, enferma, y por ello, lo que más necesita es un médico. Cierto es que, estos apologistas del cristianismo, después de inculcarle al hombre su condición de pecador congénito y profundo, le anuncian que Dios lo eleva a ser "partícipe de la naturaleza divina". Pero, se puede preguntar si, para elevar al hombre a los confines de la vida divina, era indispensable hacerle pasar antes por las ciénagas del PO y de toda la miseria y degeneración que este pecado dicen que produce y que el obispo de Hipona y sus seguidores se complacen en airear.
Sin embargo, existe y merece cultivarse la apologética de la positividad, la que parte de lo bueno, sano y más noble que hay en el hombre para, desde allí, decirle que necesita de Cristo para llevar a su última perfección, desarrollar los gérmenes de grandeza que tiene ya dados por el Creador. Como ejemplo de esta apologética, defensa y oferta desde la positividad habría que señalar la teoría de los Padres Alejandrinos, sobre las "semillas del Logos", que éste habría sembrado en la filosofía/cultura pagana como disposición para su aparición personal en la historia: la cultura/filosofía como preparación para el Evangelio. Es difícil que esta valoración positiva de la cultura pagana, pudiese germinar en hombres convencidos de la teoría del PO. Efectivamente, estos Padres orientales desconocía la teoría occidental del PO. Los defensores de la teoría de las "semillas del Logos" en la cultura pagana, podrían apoyarse con facilidad en la actitud que Pablo descubre en su discurso en el Aerópago: "Vengo a hablaros con claridad, del Dios que ya vosotros buscabais a tientas" (Hch 17,22-31).
En esta línea de "apologética de la positividad" están Tomás de Aquino y Duns Escoto. En aquellos años, un tipo de humanismo secularizante extremo, el averroísmo latino, hablaba de la suficiencia plena de la filosofía (aristotélica, en el caso) para llevar al hombre a la perfección última posible para el ser humano. Para mostrarles a estos filósofos la necesidad de la revelación, no recurren a decirles que su mente está viciada, corrompida por el PO, y que, por tanto, no podrán razonar correctamente en el campo de los valores y verdades naturales. Sería cultivar la apologética de la negatividad/del gusano. Recurren a desvelar aquello que hay de más noble en el hombre: su capacidad para recibir al Infinito. Verdad esta que, sobre todo Duns Escoto, quieren hacérsela comprender a los filósofos. En efecto, la mente humana, según pueden ellos saber, tiene capacidad positiva para captar el ser como ser. Lo cual es signo de que puede recibir la noticia del Ser Infinito: capax entis, capax Dei. En lenguaje teológico, significa que el hombre tiene un destino, ordenación "deseo natural" de ver a Dios. Pero que, por ser tal visión un bien que excede en absoluto las posibilidades connaturales del hombre (es sobrenatural), necesita, además de una inteligencia sana, un nuevo poder y auxilio: la gracia de Dios. Por eso, antes e independientemente de que el ser finito llegue a pecar y aunque, por hipótesis, no llegase (que sí llegará a pecar), se encuentra ya, con anterioridad, en absoluta necesidad de la gracia. Si ha de conseguir la última perfección de su ser, de aquella nobleza, dignidad y posibilidades con que Dios le dotó al nacer. Por tanto, es innoble y falso decirle que necesita de Dios, en última instancia por motivo de la oquedad/vacío que en él ha dejado el PO, que habría viciado, degradado la naturaleza, imposibilitándola para cualquier acción buena, para cualquier progreso sano, valioso. Lo noble y lo correcto es decirle al hombre que necesita de Dios precisamente desde aquello que tiene de más positivo, noble y generoso: su apertura a la trascendencia, a la perfección, al progreso ilimitado, al desarrollo de las posibilidades naturales que posee por haber sido creado a imagen de Dios. Esto, en el lenguaje teológico, se expresa diciendo que el hombre necesita de la Gracia (de la revelación) para conocer y realizar el fin último de su vida, aquel para el que Dios lo ha creado. Por ser el hombre una "forma beatificable", dice en su lenguaje escolástico san Buenaventura.
Hay en todo este razonar una aplicación del famoso y tradicional principio: la gracia no destruye ni supone destruida la naturaleza, la perfecciona. Es decir, la gracia no actúa porque la naturaleza esté corrompida, sino que, incluso aunque sabe que el hombre entra en la existencia sin vicio, sano y bueno, quiere hacerlo mejor, elevándolo y deificándolo ya entonces mismo. En frase magnífica y certera de Juan de Eclana: "Aquellos a quienes el Creador hizo buenos, el bautismo de Cristo los hace mejores". En esta perspectiva no hubiera tenido cabida la objeción de Nietzsche: que el Cristianismo tiene necesidad de hacer enfermo al hombre, para poder proclamar ante él la necesidad del Salvador. Los defensores del PO así lo han pensado, pero no es verdad. Imprudentemente le dieron a Nietzsche un pretexto del todo gratuito para atacar al cristianismo.

1.- ¿CUÁL ES LA SITUACIÓN TEOLOGAL DEL HOMBRE AL LLEGAR A LA EXISTENCIA?
Todo hombre, en el primer instante de su ser, antes e independientemente de cualquier posible uso de su libertad personal, es -ya- pecador ante Dios, situado fuera de su graciosa amistad, sujeto de su ira (creencia increíble).
Pero, ¿cuál fue la pregunta que originó semejante respuesta?... Porque lo que no tenemos que perder de vista es el hecho de que hablar de pecado sin voluntariedad es como hablar de un "hierro de madera", o de la "cuadratura del círculo".
Cuando Jesús anuncia la salvación (Mc 1,15) dice: "Ya ha llegado el reinado de Dios. Convertíos y creed a la Buenanueva". El que acepte el mensaje y sea bautizado será sacado de su vieja forma de vivir, transformado en nueva criatura, hombre nuevo, recreado en santidad y justicia. Es obvio que esta urgente invitación sólo puede ser dirigida al individuo humano adulto, ya maduro: ser consciente y libre, persona, en el sentido  más pleno de la palabra.
San Agustín: -Le parecía imposible superar el pelagianismo y el maniqueísmo, si no se admitía que todo ser humano entra en la existencia en situación teologal de PO.
-En  dirección antimaniquea explicaba: la gran miseria que sufren los niños ya al nacer, es incompatible con la justicia de Dios, si no se admite en ellos el congénito PO.
-En dirección antipelagiana sostiene: imposible salvaguardar la plena, universal eficacia de la redención de Cristo, si no se afirma que los niños, al ser bautizados, son redimidos del PO, por la virtud de la cruz de Cristo, también del PO.
-Pensó que la eclesiología cristiana (la suya, al menos) sufriría un duro quebranto si los niños no entran en la Iglesia por el rito bautismal que les limpia del PO contraído al entrar en la existencia.
-Su experiencia de hombre, de pastor de almas (Rom 7) le convence de que existe en el hombre histórico la dura necesidad de pecar. Hecho inexplicable, si no se admite que tal necesidad está ahí, como castigo divino por el PO, originante y originado.

2.- UN ADECUADO PUNTO DE PARTIDA
Empezar desde Cristo: El misterio del hombre sólo en el misterio del Verbo encarnado puede ser plenamente esclarecido (GS 22).
La voluntad salvadora de Dios sincera/operativa no implica el que, de hecho, todo hombre  llegue a la vida eterna. La libertad humana conserva la posibilidad real de decir no a la invitación divina y autoexcluirse de la vida eterna. Pero es del todo inadmisible para nuestra fe católica el que alguien, sin culpa personal, quede excluido de la Vida ni en el tiempo ni en la eternidad.

3.- POSIBLES RESPUESTAS A LA PREGUNTA SOBRE LA SITUACIÓN TEOLOGAL DEL HOMBRE AL ENTRAR EN AL EXISTENCIA
¡¡¡Todo ser humano al entrar en la vida se encuentra ya contagiado con la mancha del PO!!!....
¿Cómo, sobre un momento oscuro, marginal, impreciso de la historia religiosa de cada hombre, han logrado los teólogos cristianos adquirir certezas tan elevadas, tan cargadas de antecedentes, concomitantes y consecuencias -claramente siniestras-, para el concepto y vivencia creyente de Dios, del Salvador, del hombre imagen de Dios?
En temas de protología y escatología, los teólogos -siguiendo el camino de los creadores de mitos-, han dado muestra de excesiva imaginación, escasa sobriedad y de cierta pretenciosa sabihondez en preguntas y respuestas.
Todo hombre, al entrar en la existencia, se encuentra en situación teologal de Gracia y amistad de Dios, incorporado ya a Cristo, Sacramento universal de salvación: en estado "gracia original".

4.- ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA CLÁSICA DOCTRINA DEL PO
Catecismo de la Iglesia Católica (nº 386-524).- Todo hombre, al entrar en la existencia, antes de cualquier decisión de su voluntad personal. se encuentra-ya en situación teologal de pecado ante Dios, como consecuencia del pecado cometido por los progenitores del género humano. Este  pecado es propio de cada individuo humano, real y formalmente pecado, aunque en sentido analógico. Implica que cada hombre nace en muerte espiritual, bajo la ira de Dios, en muerte del alma, bajo la esclavitud de Satanás.

¿Cómo lo sabes?...
Responde la escolástica.- Lo que creemos lo debemos a la autoridad, lo que entendemos a la razón.
*El AT tiene un desconocimiento perfecto de la figura del PO, tal como lo propone la tradición de la Iglesia Católica. ¿Cuáles son esas verdades del AT de las que, connaturalmente, los creyentes posteriores habrían llegado a la idea del clásico PO? Las características de la situación pecadora en la que el AT contempla de continuo a la humanidad podrían sintetizarse en estas tres: universalidad, radicalidad, solidaridad. Veamos el significado y alcance de cada calificativo.
A.- La universalidad de la situación pecadora. "El Señor observa desde el cielo a los hijos de Adán, para ver si hay alguno sensato que busque a Dios. Se corrompen cometiendo execraciones, no hay quien obre el bien, no hay ni uno solo" (Sal 14,2-3; Rom 3,9-18). La vehemente inculpación va dirigida al pueblo, a la comunidad. Tiene, pues, una universalidad de suyo colectiva, generalizadora. Los profetas en éste y otros textos similares no cultivan una casuística que se preocupase por la situación de cada individuo humano ante Dios. Así, es posible que, dentro de esta universalidad colectiva, haya individuos justos, agradables a Dios, como Abel, Abraham, Job y otros. La propia severa mirada de Yhwh se enternece al descubrir que viven en Nínive ciento veinte mil niños que no distinguen su mano derecha de la izquierda, inocentes, por tanto (Jon 4,11). Amarga ironía de la historia: los teólogos cristianos, durante siglos, encontraron en estos niños una viscosa mancha de pecado, una "naturaleza congénitamente viciada" que les excluía de la graciosa amistad del Padre celestial. Pero Yhwh, que conoce la profundidad del ser humano, l es encontraba inocentes de culpa y pena.
B.- En la universalidad se profundiza cuando se habla de la radicalidad de la situación/condición pecadora de la raza humana: los hombres son pecadores de raza: pueblo, raza pecadora. Como fueron al principio así seguirán siendo; así se dice, explicando los excesos morales de los prediluvianos y como buscando su raíz: el corazón del hombre se pervierte desde su juventud (Gn 8,21). El Salmo 50 prolonga la observación y ve la inclinación al mal en el mismo originarse del hombre en el seno materno. Si bien Eclo 1,14 ve a la Sabiduría habitando en los fieles cuando inician la vida en el vientre de su madre.
Pero la radicalidad aquí aludida expresa, sobre todo,  la imposibilidad absoluta de superar, por sus esfuerzos humanos, la situación de pecado en la que ha incurrido.
C.- La solidaridad de todos los miembros en el pecado del patriarca de la tribu: Todos han pecado en y con Adán.

Concluimos esta rápida referencia al AT recordando: a) la prioridad que tiene la llamada de Dios al hombre (pueblo/humanidad) a su amistad/alianza/salvación; b) llamada que se realiza sobre una humanidad en situación perenne de pecado; c) situación pecadora de la que el hombre es incapaz de liberarse; d) la idea de solidaridad en tal situación, a parte de los elementos culturales, epocales, que la crean y sustentan, refuerza la idea teológica de la radicalidad e insuperabilidad del pecado en tal situación. Aceptado, en actitud creyente, este mensaje que el AT nos transmite sobre la situación teologal de la humanidad histórica, preguntamos como teólogos: el AT, ¿nos ha dicho algo cierto sobre la realidad del PO del que habla la tradición cristiana posterior? Evidentemente no.

*El NT desconoce del todo la doctrina teológica (tradicional) sobre el PO. La proclamación íntegra del mensaje sobre Cristo Salvador, la confesión y vivencia perfecta de este Mensaje para nada nos exige la aceptación -siquiera sea colateral, subsidiaria, concomitante o consiguiente- de la enseñanza sobre el PO. Más bien deberá pensarse en la oscuridad que, sobre el Misterio de Cristo en su conjunto, proyecta semejante creencia.
¿Es que, para salvaguardar la universalidad absoluta y la sobreabundancia de la acción salvadora de Cristo -incluso para el recién nacido-, es necesario llegar a decir que todo hombre entra en la existencia en situación teologal de PO?
Pablo llama pecadores exclusivamente a los hombres adultos, capaces de oír/desoír en mensaje de conversión. No se preocupó, en absoluto, de la situación teologal de los niños. La tradición cristiana posterior metió a los niños en la zona de pecado, para salvar la universalidad perfecta de la acción salvadora de Cristo. Esto no lo previó Pablo ni nadie en la Iglesia primitiva. Es decir, del mensaje paulino sobre Cristo salvador se dedujo: a) los niños, si han de ser salvados, necesitan de la gracia de Cristo; b) por ende, los niños también tienen el pecado "original". Así que la solidaridad tribal en el pecado que había superado incluso el AT por medio de Ezequiel (y Jeremías: "los padres comieron agraces y los hijos sufrieron la dentera") abriéndose a la idea de la responsabilidad, exclusivamente personal en el asunto del pecado, el NT "por medio de sus "exégetas-agustinianos" vuelve a imponerse... (¡retrocedamos, que por aquí hay futuro!).
Para san Pablo, Adán nunca fue inocente... y con la "teología de Adán" se lesiona la dignidad y primacía de Cristo al decir que entra en la historia como sustituto de Adán, cabeza primordial d la humanidad. Sólo "de ocasión" entra Jesús de Nazaret en nuestra historia para salvarnos. Sucesor, aunque aventajado, del fracaso de Adán.

5.- NACIMIENTO Y DESARROLLO DE LA FIGURA DEL PECADO ORIGINAL ENLA TRADICIÓN DOCTRINAL DE LA CRISTIANDAD OCCIDENTAL
Se reconoce al obispo de Hipona -san Agustín- como el punto crítico de inflexión de toda la historia del PO. Hasta mediados del siglo IV, parece cierto que los escritores eclesiásticos desconocen la doctrina del PO. Agustín echó mano de dos temas muy de moda en su tiempo: la teología de Adán y la teoría de la mala inclinación.
La solemne teología de Adán, desglosada en sus elementos primeros implicaba la historificación dura y densa de Adán; haciendo de Adán un individuo de historicidad tan rigurosa como al de Pablo de Tarso o Alejandro Magno: ¡Uno por todos, todos en uno! Adán había sido real.
La mala inclinación, connatural, congénita en el corazón del hombre.

SAN AGUSTÍN
Todo, todo, todo, para salvaguardar la eficacia de la Cruz de Cristo. ¡No vaciar de contenido la Cruz de Cristo! Porque dice: no es posible salvaguardar la universalidad de la gracia de Cristo, la eficacia de su Cruz, si no se afirma que todo hombre es concebido en pecado original, heredero de una naturaleza corrupta y, por ende, necesitada de Salvador. Que si fuese sana, íntegra, sin pecado, no necesitaría de la gracia del Salvador en ese momento.
Sobre la base de esta bifronte y correlativa verdad: miseria humana, Salvación de Dios, ofrece otras argumentaciones colaterales, complementarias:
- Motivo de teodicea.- Sería una intolerable injusticia por parte de Dios castigar a los niños con tanta miseria si no fuesen culpables: son miserables, luego son culpables; sufren un castigo, luego son pecadores (mito de la pena).
- Motivo eclesiológico.- fuera de la iglesia no hay salvación; en la Iglesia se entra por el bautismo; el bautismo a los niños se les administra para remisión de los pecados; luego los recién nacidos tienen pecado. Y ¿qué otro pecado sino el PO?

Agustín trata de explicar todo esto también mediante el recurso a la ancestral ley del talión -que le aplica al mismo Dios- al llamado mito de la pena. Según la mentalidad primitiva existe una correlación inexorable entre pena y culpa, sufrimiento y pecado. Era normal en la época la pregunta que los discípulos hacían a Jesús: "Maestro, ¿quién pecó éste o sus padres, para que naciera ciego? (Jn 9,2). Jesús no condesciende con el mito de la pena, pero Agustín condesciende.
Para Agustín la ley del talión rige también para Dios en su comportamiento con los hombres que le han ofendido: "Los niños son miserables porque son culpables. Tienen PO porque lloran al nacer. Vemos el castigo, ¿por qué delito? Confesáis la pena la pena (miseria infantil), decid la culpa; confesado el suplicio, confesad cómo lo han merecido. Es claro que un Dios justo y santo no podría castigar tanta miseria sobre los niños si éstos no fuesen culpables. Y ¿qué pecado podrán tener sino el viejo, ancestral pecado?
Julián de Eclana no admitía que el sufrimiento de los niños sea pena/castigo. Para él, los sufrimientos de los infantes serían "normales" en desarrollo de la vida humana. No admitía que si un bebé sufre es por ser pecador y, por lo tanto, justamente castigado por Dios con tanta miseria

6.- LA AUTORIDAD DEL CONCILIO DE TRENTO RESPECTO AL PECADO ORIGINAL
El hombre medieval se contempla a sí mismo como "hombre caído": desterrados hijos de Eva, que caminan gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
Trento mantiene la teología de Adán, además, no ya como simple opinión teológica, una cuestión discutida era mantenida como perteneciente a la fe. Y con tal seguridad e importancia que, quien dijere lo contrario, quedaba excomulgado, fuera de la Comunidad de los creyentes.
Concilio de Trento: Decreto sobre el PO
Canon 1.- «Si alguno no confiesa que el primer hombre Adán, al transgredir el mandamiento de Dios en el paraíso, perdió inmediatamente la santidad y justicia en que había sido constituido, e incurrió por la ofensa de esta prevaricación en el ira e indignación de Dios y, por tanto, en la muerte con que Dios antes le había amenazado, y con la muerte en el cautiverio    bajo poder de aquel que tiene el imperio de la muerte, Hb 12,14; es decir, el diablo, y toda la persona de Adán por aquella ofensa de prevaricación fue mudada en peor según el cuerpo y el alma: sea anatema, DS 1511».
Canon 2.- Pecado original originado: «Si alguno afirma que la prevaricación de Adán le dañó a él solo y no a su descendencia; que la santidad y justicia recibida de Dios, que él perdió, la perdió para sí solo y no también para nosotros; o que, manchado él por el pecado de desobediencia, sólo transmitió a todo el género humano la muerte y las penas del cuerpo, pero no el pecado que es la muerte del alma: sea anatema, pues contradice al Apóstol.., Rom 5,12».
Se bautiza a los niños parece-únicamente para el perdón de los pecados, quedando marginados los efectos caritológicos, positivos del sacramento, que son los primordiales: la incorporación a la nueva Comunidad de salvación, el nuevo ser, el nuevo nacimiento, la vida nueva, la iluminación, la nueva criatura que nace por la fuerza del Espíritu Santo.
Julián de Eclana decía: el bautismo hace mejores a los que ya nacían buenos.
Una teología que quiera ser científica debe ejercer una continuada  y rigurosa labor crítica sobre sus propios principios. A los textos del Tridentino no se les puede conceder una inmutabilidad,  sacralidad, intangibilidad igual y menos superior a la concedida a los textos bíblicos. Los textos tridentinos hay que someterlos al mismo tratamiento histórico-crítico, a las leyes de la hermenéutica de las culturas  y de los géneros literarios que, tan exitosamente, han sufrido los textos de la Escritura.

7.- LA DOCTRINA DEL PECADO ORIGINAL ANTE LA REFLEXIÓN TEOLÓGICA

1.- Universal redención de Cristo y PO
La argumentación que comentamos se resume en estas proposiciones:
a.- Cristo es redentor universal de todos los seres humanos;
b.- luego todos se encuentran en imposibilidad de salvarse, sin la gracia de Cristo;
c.- y ¿de qué necesitaría ser salvado el ser humano, si no tuviera pecado?;
d.- luego todos, sin excepción, son pecadores;
e.- no puede negarse que Cristo sea también salvador de los niños recién nacidos;
f.- luego los niños, al nacer, tienen pecado del cual tienen necesidad de ser redimidos;
g.- y ¿qué otro pecado puede tener un recién nacido, sino el PO?;
h.- luego todo niño tiene pecado original...
De lo contrario, Cristo no sería salvador universal; también de los niños.
Nosotros, por nuestra parte, desde idéntico punto de partida: la sobreabundancia de la redención de Cristo, llegamos a la afirmación de la Gracia inicial incompatible con la existencia de cualquier pecado en el momento primero de la vida de cada individuo.

2.- Desde la miseria humana al pecado original
La argumentación anterior, en sus varias formulaciones, hunde sus raíces en las profundidades primeras de la psique humana individual y colectiva. Desde que el 'homo sapiens' comenzó a sentir y pensar su situación en el cosmos y en la historia, ya consideró su vivir como miserable, dolorido, desgraciado: el malestar de la cultura es una experiencia originaria y universal. Ante tanta miseria la reacción compartida por mitos, filosofías, religiones ha sido ésta:
-Al principio no fue así: al principio existió un paraíso original, evocado en multitud abigarrada de representaciones. Pensemos en el mito de la "edad de oro", tan cultivado p or la cultura grecorromana y por la nuestra.
-In illo tempore, en los prestigiosos y divinos orígenes de la tribu, de la raza humana (sea en la esfera celeste o en la tierra) tuvo lugar un evento, desgracia, infortunio, culpa/fallo voluntario o involuntario, un 'pecado' que trajo la pérdida fatal de aquel estado primero que no conocía tanta miseria. Por tanto, la miseria humana es resultado de una "caída/fatal" ocurrida en los orígenes de las diversa tribus humanas.
Los mitos ancestrales proto-históricos de las más diversas culturas, las filosofías antiguas y religiones de tipo órfico-platónico; la religión judía y la cristiana han seguido similar esquema narrativo, argumentativo, cada uno según la exigencia de su concepto de dioses/Dios, del hombre y del puesto de éste en el cosmos. En todos ellos la historia comienza bien, pero inmediatamente se torna historia maligna. Así, pues, dentro de este argumento experiencial tenemos dos versiones fundamentales:
-las formulaciones parateológicas de los mitos y filosofías antiguas y modernas.
-la formulación creyente/teológica iniciada, como se sabe, en el AT y continuada con vigor hasta hoy mismo.
¿Pero es verdad que la existencia de la miseria humana demuestra la existencia del PO, originante/originado?
Agustín estaba absolutamente seguro del valor demostrativo de su argumentación. Pero es claro que no lograba el suficiente distanciamiento crítico para darse cuenta:
a).- de que trabajaba con la hipótesis de la primitiva felicidad paradisíaca del primer hombre;
b).- compartía con los mitos y filosofías platonizantes de su época la existencia del "antiguo pecado" que habría arruinado a la humanidad;
c).- compartía la mentalidad tribal, primitiva, implicada en el mito de la pena y en la ley del talión, a cuyo impulso parece que quiere que obre el mismo Dios. Quien, no sería 'justo', si no fuese castigador de la conducta del hombre y vindicador de su honor divino ofendido también por el niño, puesto que éste estaba incluido en su voluntad pecadora e incluso en sus razones seminales (in lumbis Adam).
Esta idea, si lo pensamos detenidamente es totalmente incompatible con la idea cristiana del hombre imagen de Dios. Ya Julián de Eclana le sugirió a Agustín que parece que va contra toda ética y que implica una falta de respeto a la libertad humana, a la dignidad del hombre -cada hombre individual- creado a imagen y semejanza de Dios, el afirmar, que todo ser humano, antes de tener siquiera la posibilidad real de decidirse por el bien o por el mal, antes de cualquier ejercicio consciente y personal de su libertad, ya se encuentra en situación de PO.
Más tarde los textos teológicos que, pretendidamente, lo fundaban, fueron despojados de su historicismo y literalismo craso. Se buscaba un contenido simbólico de fondo que diese viabilidad y aceptabilidad a las figuras del paraíso, de la caída originaria, del sentimiento de culpabilidad, de la eterna pregunta por el origen de la miseria humana. Si hay respuesta para esto habrá que buscarla en la profundidad de cada individuo y de cada comunidad humana histórica, y no ir a mendigarla al comportamiento aciago de los lejanos ancestros de la tribu humana original.
Tras la aplicación a la Escritura de los métodos histórico-críticos se abandonó la teología de Adán, pero no todos lo hicieron...

8.- LA GRACIA INICIAL DE TODO HOMBRE AL ENTRAR EN LA EXISTENCIA

Todo hombre, al llegar a la existencia, se encuentra en situación teologal de amistad y Gracia de Dios, incorporado a Cristo, Sacramento universal de salvación.
Obviamente, el así agraciado pro Dios lo es antes e independientemente de que pueda co-laborar, co-operar personalmente en forma consciente y libre con la Gracia que en él actúa. Por tanto, la gratuidad absoluta de la gracia tiene aquí una espléndida manifestación.
MARÍA.- Allá por el siglo XIII afirmar la inmunidad del PO en María implicaba un atentado contra la dignidad del Salvador y la universalidad de su acción redentora. Si María no tiene pecado, al menos el original, no necesitaría de Redentor. Sería una criatura que no necesitaría de la Gracia de Cristo para ser grata a Dios (Santo Tomás, San Buenaventura, lo veían así).
A finales del siglo XIII y principio del XIV el beato Juna Duns Escoto reconoce que la máxima dificultad de los teólogos para aceptar la inmunidad del PO en María, su santificación en el primer instante, era la excelencia del Salvador: sólo está sin pecado el que vino a quitar los pecados de todos. Peligraría también la universalidad de su gracia salvadora, la cual no tendría sentido si el beneficiado no se encuentra previamente en pecado. Pretender que María no tuviese PO era intentar presentarla como no necesitada de la gracia de Cristo. Ante esta solemne argumentación, el Doctor Sutil realizó un ejercicio mental que los lógicos llaman "retorcer el argumento", dando un giro copernicano a la discusión: si admitimos, arguye, que la Madre del Señor fue santificada en el primer instante, exenta del PO, no sólo no atentamos contra la universalidad y eficacia de la Cruz de Cristo, sino que únicamente entonces reconoceremos a Cristo como perfectísimo, sobreabundante, eminentísimo redentor (Rom 5,15-17). Cristo redime a María con la más perfecta de las redenciones: la redención preventiva, con gracia preveniente y elevante. María misma no sólo no aparece como 'irredenta' no-necesitada del Salvador (como objetaban los maculistas, al no tener PO), sino que ella es:
a).- la eminentísima perfectísima redimida;
b).- la máxima necesitada de redención;
c).- la más obligada al amor agradecido  hacia Dios que la agració con tanta generosidad.

Esta argumentación de Escoto sólo tiene validez y es concluyente si se piensa que la acción salvadora de Cristo es, primordialmente, de signo positivo, caritológico, emprendida para dar vida y darla en abundancia.
A partir de esto, también nosotros retorcemos el argumento y proponemos: la universalidad y sobreabundancia de la gracia de Cristo, lejos de exigir que todo hombre, al entrar en la vida, se encuentre en situación teologal de pecado "original", lo que realmente acontece es que se encuentra en situación teologal de gracia santificante. Únicamente se aceptamos este hecho percibiremos la sobreabundancia y universalidad de la salvación realizada por Cristo también a favor del recién llegado al mundo. También nosotros, al ensalzar a Cristo, preferimos excedernos antes que quedarnos cortos en la alabanza que se le debe, si, por ignorancia, fuere inevitable caer en uno de los dos extremos.
No se comete ningún exceso al decir que la sobreabundancia de la gracia de Cristo acoge y hace suyo a todo hombre cuando llega al mundo. De haber exceso sería en favor de Cristo; y del hombre re-creado por su gracia. El bautismo -que sólo algunos reciben- intensifica la original incorporación a Cristo. Como la intensifica la recepción de la Eucaristía y toda la vida cristiana posterior. Pero la vida del recién nacido ya estaba radicad en Cristo desde el primer momento en que es hombre.

DESDE EL MISTERIO DE MARÍA INMACULADA AL MISTERIO DEL HOMBRE REDIMIDO
Al proclamarse por el pueblo católico que María, por los méritos de Cristo, está llena de gracia desde el primer instante de su ser (no contrae el PO) se abre camino llano y seguro para afirmar: en atención a los méritos de Cristo, todo hombre, al llegar a la existencia, se encuentra en estado de Gracia y amistad con Dios, inmune a toda mancha de PO.
María fuente, medianera de las gracias, inicio de la nueva Creación, de la Iglesia d los redimidos.- María es una mujer de nuestra carne y sangre, consustancial, concorpórea y consanguínea de los demás hijos de Adán. Incluida en una historia y economía de gracia idéntica a la nuestra, pero María tiene una misión preferencial. Por ello se le dispensan los dones del Espíritu en forma más perfecta/eminente/plena que a los demás, que los reciben en forma menos perfecta, según la medida de Cristo. No podemos pensar que los dones de la adopción de hijos, la inhabitación de la Trinidad/Espíritu Santo, la deificación que tienen lugar en María, por ser más eminentes y de singular perfección, no les sean concedidos, en absoluto, a los demás redimidos.
K. Rahner.- Recuerda la grandeza del niño, a quien Dios llama por el nombre que él mismo le ha impuesto: «el niño es un ser humano siempre en diálogo con Dios, acogido por la Gracia generosa del Padre. La salvación que Cristo trae a todo hombre ha captado para sí, previamente, al naciente ser humano. La serpiente no ha entrado todavía en este paraíso para realizar su tarea de seducción-tentación. Las fuerzas del Pecado que operan en la historia ciertamente están presentes, operan en el exterior, pero no han logrado todavía entrar en el alma del niño. El adversario, como león rugiente, busca devorarlo, pero todavía no ha llegado su hora ni el poder de las tinieblas. Por el contrario, si ponemos el pecado y la tragedia en el inicio mismo de cada vida humana, pienso que es dejarse llevar por un infundado pesimismo humano y religioso, por una fuerte obsesión de pecado, cuyos antecedentes habría que buscar en la mentalidad encratita, gnóstica, maniquea dominante en el ambiente religioso-cultural en que fue germinando la doctrina del PO. Nunca en los textos del NT».


Sobre el limbo de los niños.- No sería temerario decir que, al menos hasta fecha reciente, la mayoría de los seres humanos ha pasado de este mundo al otro en "edad infantil", sin llegar a lo que llamamos uso de razón. Es decir, no habrían logrado la suficiente madurez psíquico-espiritual, aunque hubiesen logrado la fisiológica. Los tradicionales defensores del PO a estos hombres los consideran excluidos del reino de los cielos. Pero si pensamos que todo hombre entra en la vida en Gracia, acogido al amor salvador de Dios, no necesitamos de ningún limbo, ni de rebuscadas cavilaciones teológicas para dejar de ser crueles con la humanidad infantil e irreverentes con su Creador, que negaría la felicidad eterna a los niños que mueren sin bautismo, pero que no han cometido ningún pecado personal.

10.- RAÍZ PRIMERA DE LA INCAPACIDAD SOTERIOLÓGICA DEL HOMBRE

Punto de partida de toda afirmación teológica sobre el hombre: la llamada que ha recibido para participar en la vida íntima de Dios-Trinidad. Sólo aquí encuentra el hombre la "Salvación". Pero es obvio que esta "Salvación" es un bien (un objetivo, si vale la expresión) absolutamente trascendente, infinitamente alejado de las posibilidades humanas: sobrenatural, sobre-humano.
Admitimos, con la mejor teología católica, que existe en el hombre un deseo natural, ontológico de la visión y amor intuitivo de Dios. Pero, aunque es un deseo natural, ontológico de la visión y amor intuitivo, se trata de un deseo de 'recibir', que no implica en absoluto estar dotado de 'posibilidad', energía interna capaz de llegar a la vida eterna. Ésta es un don gratuito, total donación libre y generosa de Dios. Mirado en sí mismo y no obstante su deseo de Dios, el espíritu humano se encuentra en absoluta imposibilidad óntica y operativa, en absoluta indignidad e inmerecimiento moral para conseguir la Salvación. En otras palabras, mientras el ser humano no desborde su condición creatural, finita, se encuentra en absoluta impotencia de alcanzar la Salvación: la que la religión cristiana ofrece; absolutamente necesitado de Salvador. En consecuencia, independientemente y con anterioridad a que cada hombre llegue a encontrarse en situación de pecado y, aunque, por hipótesis, no llegase a tal situación, ya estaba en impotencia absoluta respecto a la Salvación. Por tanto y finalmente, no es preciso hablar de una universal condición pecadora en el hombre para explicar la necesidad que tiene de Salvador y la imposibilidad de conseguir su gracia por sí mismo. No es lícito identificar impotencia soteriológica y necesidad de Salvador con situación universal de pecado. Es una confusión de lamentables consecuencias en soteriología, en la caritología y en la teología del PO. Porque toda situación de pecado crea, sin duda, impotencia soteriológica; pero esta impotencia soteriológica absoluta existe-ya allí donde no se ha incurrido todavía en pecado.

La Teología del Sobrenatural
La teología católica del sobrenatural hace innecesaria, superficial la argumentación teológica que, desde san Agustín y durante quince siglos, se ha propuesto para fundamentar la teoría del PO.
Recordemos los datos más importantes y seguros que la teología del Sobrenatural nos ofrece:
1.- Para una visión cristiana del hombre es seguro que no existe más que un único fin supremo de su existencia: la visión y el amor intuitivo de Dios que implica el compartir la vida íntima de la Trinidad. En este convivir con Dios encuentra el hombre la realización plenificante y beatificante de su ser; encuentra su "Salvación", en sentido más denso y alto de la palabra. Esta "Salvación" es la que tenemos presente en este momento.
2.- Por encontrar en la visión de Dios la realización beatificante de su ser, hay que decir que tal visión/amor intuitivo es lo más hondamente "natural" que al hombre puede acontecerle: es rigurosamente "naturalísimo". Lo llamamos "sobrenatural" porque es don absolutamente gratuito de parte de Dios. Sobrenatural se refiera aquí al 'modo divino' de cumplirse el deseo 'natural': es cumplido en forma que excede en absoluto el modo y posibilidades humanas de obrar.
3.- Por este motivo, hay que decir que el hombre se encuentra en absoluta imposibilidad de conseguir su Salvación a la cual, sin embargo, está destinado por Dios, como fin único. Y, por ende, en absoluta necesidad de la gracia del Salvador.
4.- Por eso se comprende que la primera función que la gracia de Cristo ejerce sobre el hombre es promocionar y cumplir el deseo "natural/ontológico". Su gracia "trans-naturaliza" al hombre, lo dota de un nuevo ser, lo hace nueva criatura según lenguaje de san Pablo. Desde el ser 'natural' lo eleva al ser 'sobrenatural': lo deifica/diviniza según fórmula de los Padres Griegos.

A través de esta exposición se ve claro que el hombre no necesita llegar a encontrarse en situación de pecado para que se encuentre ya con anterioridad en absoluta incapacidad para conseguir la Salvación, y de hacer actos que positivamente conduzcan a ella. Esta incapacidad se fundamenta en la sobreexcelencia infinita del Ser divino y en estructura metafísica del espíritu humano, finito. Está allí la impotencia antes de que tenga disposición inmediata para obrar el bien o el mal. Más aún, incluso aunque el hombre llegue a obrar el bien a nivel de una ética meramente civil, 'natural', todavía se encontraría en impotencia para conseguir la Salvación. Porque la Salvación de la que habla la teología es pura donación gratuita de Dios, de libérrima disposición divina: absolutamente sobre-humana.
Los defensores del PO, desde san Agustín a presente, han sufrido una palmaria confusión argumentativa o prejuicio lógico que es el siguiente: identificar impotencia soteriológica con 'situación pecadora' del hombre a salvar. Veamos el proceso argumentativo:
1.- Hay que mantener, como dogma básico de nuestra fe, la necesidad universal y absoluta de la gracia de Cristo: ¡no desvirtuar la eficacia de la Cruz de Cristo!, era el lema y verdad indiscutible.
2.- Esta necesidad del Salvador presupone/exige que el hombre a salvar se encuentre en universal y absoluta incapacidad para salvarse por sus propias energías.
3.- Pero no tenemos ningún motivo para hablar de la universal incapacidad para salvarse -para obrar el bien que conduce a la salvación-, si no admitimos que todo hombre, sin excepción, incluso el recién nacido, se encuentra en situación de pecado. Que es lo que implica la doctrina del PO.
Agustín, el creador y máximo usuario de tal argumentación está marcado y, desde nuestra perspectiva actual, limitado por el planteamiento que los pelagianos hacían de todo el problema. Si Agustín no admitía el PO como creador de la situación pecadora de la humanidad, caía en la tesis pelagiana de que la humanidad era portadora de una naturaleza sana, inocente, íntegra al nacer. Y, por ende, dotada -por Dios, sin duda- de la posibilidad de hacer el bien, todo el bien. Ante un hombre tan bien dotado y suficiente para la tarea de la salvación, la acción del Salvador quedaba en algo subsidiario, marginal, tangencial.
A la luz de lo dicho queda clara la inconsistencia de la mentada argumentación. Pero leamos a Agustín desde Agustín. Exponiendo la necesidad de Salvador, tal como la veían los católicos, pelagianos y maniqueos -los interlocutores presentes en sus escrito- dice Agustín:
- Los católicos dicen que la naturaleza humana, creada buena por el Dios creador bueno, pero viciada por el pecado necesita del médico, Cristo.
- Los maniqueos dicen que la naturaleza humana, no fue creada buena y luego corrompida por el pecado, sino que desde la eternidad el príncipe de las tinieblas, mezclando dos naturalezas preexistentes, una buena y otra mala, produjo al hombre.
- Los pelagianos y celestinianos dicen: la naturaleza humana fue creada buena por el buen Dios y en los niños recién nacidos se encuentra tan sana, que no necesita en esa edad de la medicina de Cristo.
Pero hay  otra cuarta opción. Los católicos, otros católicos a finales del siglo XX pueden decir:  - Dios creó buena, íntegra, inocente y sana a la naturaleza humana y así la recibe cada hombre al entrar en la existencia. Y, sin embargo, también en aquella edad necesita de la gracia del Salvador para ser aceptable para la vida eterna. Y de hecho la recibe en aquel primer instante de su vida; porque sin la gracia de Cristo se encontraría en absoluta imposibilidad de ser grato y aceptable por Dios para la vida eterna, que es el fin único de su vida.

(Cf. Alejandro Villalmonte: "Cristianismo sin pecado original")